11 de marzo de 2007

Hay un fuego. Hay cuatro desconocidos en torno a él. Hay una noche fría y cerrada. Hay un perro.

Arriman las manos al fuego. En sus mentes sólo hay olvido. No hay pasado ni futuro, sólo ese presente suyo. Ninguno es capaz de mirar al otro. Los ojos fijos en el fuego.

De repente, entre las llamas aparece una mujer desnuda. Baila en el fuego sin herirse. Serpentea curvándose sobre sí misma. Su piel blanca deja traslucir un sueño. El Sueño de cada uno de los hombres que la miran.

Uno de los cuatro se levanta, toma un cuchillo que no existió hasta ese instante y se lanza feroz sobre los otros tres hombres.

Hay tres cuerpos destrozados formando un triángulo rojo y un hombre jadeante.

Se gira hacia el fuego y la mujer desaparece. El perro se acerca a él mostrándole los dientes. El hombre arroja el perro a las llamas de las que éste huye ahuyando de dolor.

Ahora el hombre se siente criminal y se arroja a sí mismo al fuego. Sin embargo, no siente nada. Aterrado comprende que está maldito y jamás podrá infringirse daño alguno.

Es justo entonces cuando el hombre despierta, empapado en sudor, en su cama helada.

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